Aunque nosotros vemos que la filosofía es un hecho antiquísimo,
reconocemos, no obstante, que su nombre es reciente. Porque ¿quién puede negar
que la sabiduría no solo es antigua en sí, sino que también lo es su nombre?
Ella se ganaba este bellísimo nombre entre los antiguos por su conocimiento de
las cosas divinas y humanas, especialmente por su conocimiento de los
principios y las causas de todas las cosas.
Así, si nos atenemos a la tradición, están aquellos famosos siete
sabios, que por los griegos eran considerados y llamados “sophoí” y por
nosotros sapientes y muchos siglos antes Licurgo, en cuya época vivió
también Homero antes de la fundación de nuestra ciudad, y ya en los
tiempos heroicos hemos oído de Ulises y Néstor que fueron sabios y
tenidos por tales. Ciertamente la tradición no habría hablado de que Atlante
sostiene el cielo ni de que Prometeo está encadenado al Cáucaso, ni de que
Cefeo está situado entre las estrellas con su esposa, su yerno y su hija, si su
conocimiento divino de las cosas celestes no hubiera transferido sus nombres al
error del mito.
A continuación, todos aquellos que bajo su guía se dedicaban con
pasión a la contemplación de la naturaleza eran considerados y llamados sabios
y este título se extendió hasta el tiempo de Pitágoras, del que según
Heráclides Póntico, discípulo de Platón, hombre de gran cultura, se cuenta que
llegó a Fliunte, donde trató con erudición y elocuencia de algunas cuestiones
con León, príncipe de los fliasios. Admiró León de su talento y de sus
palabras, le preguntó en qué arte confiaba por encima de todo, a lo que
él respondió que no conocía ningún arte en particular, sino que él era un
“filósofo”. León, asombrado por la novedad del nombre, preguntó quiénes eran
los filósofos y qué diferencia había entre ellos y los demás; a lo que
Pitágoras respondió que a él la vida de los hombres le parecía semejante a ese
tipo de ferias que se celebran con un grandísimo aparato de juegos con la
participación de toda Grecia, porque, del mismo modo que allí hay unos que
tratan de alcanzar la gloria y la celebridad de la corona de la victoria con
sus cuerpos entrenados, mientras que otros llegan con la intención de obtener
una ganancia comprando y vendiendo, hay un tipo determinado de personas, y con
gran diferencia el de mayor valía, que no buscan ni el aplauso ni el lucro,
sino que llegan allí simplemente para ver y observar con atención qué es lo que
sucede y cómo sucede, de la misma manera nosotros también, como si hubiéramos
venido de una ciudad a una especie de feria atiborrada de gente, hemos venido a
esta vida desde una vida y una naturaleza diferentes, unos para ser esclavos de
la gloria, otros del dinero, pero hay unos pocos que, sin tener en
consideración todo los demás, se dedican con pasión a examinar la naturaleza de
la realidad, y ellos son los que se llaman a sí mismos amantes de la sabiduría,
que es lo que significa ”filósofos” y, del mismo modo que en la feria el
comportamiento más noble es limitarse a contemplar sin buscar nada para sí, así
también en la vida la contemplación y el conocimiento de la realidad son
actividades que superan con mucho a todas las demás.
Mas Pitágoras no se limitó a ser el inventor del término. Sino que
también amplió los contenidos mismos de la filosofía. Cuando él llegó a Italia,
después de esta conversación en Fliunte, bien como particular o como hombre
público, con las instituciones y las artes más sobresalientes contribuyó al
ornato de la llamada Magna Grecia. Quizá habrá otra ocasión para hablar sobre
su doctrina. Pero desde los primeros tiempos de la filosofía hasta Sócrates,
que había oído a Arquelao, un discípulo de Anaxágoras, los filósofos trataban
de los números y los movimientos y se preguntaban de dónde se originan y a
donde vuelven todas las cosas e investigaban con gran empeño las magnitudes,
los intervalos y los cursos de los astros y todos los fenómenos celestes.
Sócrates fue el primero que hizo descender la filosofía del cielo, la colocó en
las ciudades, la introdujo también en las casas y la obligó a ocuparse de la
vida y de las costumbres, del bien y del mal. Su variado método de discusión,
la diversidad de los temas y la grandeza de su talento, inmortalizados por el
recuerdo y los escritos de Platón, dieron origen a muchas escuelas filosóficas
que disentían entre sí, de las cuales yo me he atenido sobre todo al método,
que en mi opinión era el que practicaba Sócrates, que consiste en suspender
nuestra opinión propia, en liberar a los demás del error y en buscar en toda
discusión lo que es lo más verosímil. Y puesto que ésta es la costumbre a la
que se ha atenido Carnéades con grandísima agudeza y elocuencia, también he
intentad yo, no sólo en otras muchas ocasiones, sino también recientemente en
Túsculo, adaptar nuestras discusiones a esta costumbre.
CICERÓN, "Disputaciones Tusculanas", V,
3,7 - 5,11
(Traducción de Alberto Medina Gonazález, Editorial Gredos, 2005)
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