En
griego antiguo. el término sophós/soφóς designaba, en primer lugar, a
cualquiera que estuviera dotado de una habilidad, a veces natural, pero en
general adquirida, por ejemplo, la de un conductor de carros, un piloto de
navío, un augur, un escultor, etcétera. He aquí por qué el término se usó
también para designar una capacidad más general, no sólo la que pusieron de
manifiesto los siete Sabios, cuya sabiduría consistía en esencia en una
habilidad en el dominio de la política, sino también la que muestra todo hombre
sensato. Dicho esto, el término sophós puede presentar una
connotación positiva y negativa a la vez. Los personajes de Ulises y de
Neoptólemo, en el Filoctetes de Sófocles, ilustran bien esta ambigüedad.
En
contraposición, el término sophistes/σοφιστής es un sustantivo agente derivado del verbo sophizesthai/σοφίζεσθαι. Como lo hace notar Diógenes
Laercio (l. 12), sophistes era en su origen sinónimo de sophós. El hecho se verifica en Heródoto, que
califica de sophistes a Pitágoras, a Solón y a los
que instituyeron el culto de Dioniso, y que relata que todos los sofistas de
Grecia, incluido Solón, fueron a visitar a Creso, el lidio. Cuando el término sophistes se distingue de sophós, pasa a designar al
"enseñante". Tomado en este sentido, se lo atribuyó primero a los
poetas y esto porque en la Grecia antigua la educación práctica y la enseñanza
moral constituían las tareas esenciales de los poetas, como lo explica Platón
en los libros Il y III de la República. En el siglo V, el término sophistes pasó a denominar no sólo a
los autores que se expresaban en verso, sino también a los que se expresaban en
prosa.
Los
sentimientos ambiguos de los atenienses respecto de los sofistas se encuentran
bien ilustrados por el epíteto deinos que acompañaba comúnmente a sophistes y a sophos. Al igual que las palabras que lo
traducen, "formidable'', "terrible'', este término expresa al mismo
tiempo el temor y la admiración, y se lo encuentra
asociado a realidades muy diferentes: pueden ser deiné las bestias salvajes, las
armas, Caribdis, el rayo, una diosa, un rey, etcétera. Las dos críticas que se
le hacían habitualmente a un sofista eran las siguientes: no sabe tantas cosas
como pretende y utiliza su inteligencia para fines malos, como lo da a entender
el autor de tragedias Sófocles (frag.
97, Nauck), un contemporáneo
de Protágoras. Aristófanes, por su parte, no se abstiene de jugar con este
sentimiento al denunciar a los sofistas como charlatanes. En el diálogo
platónico que lleva su nombre, Protágoras explica que, por temor a los celos de
los demás, todas esas celebridades, Homero, Hesíodo, Simónides, Orfeo, Museo,
Icos de Tarento, Heródico de Selimbria, Agatocles y Pitóclides de Ceos, han
rechazado el calificativo de "sofistas" (Protágoras, 316 d-e). Se comprende entonces cómo
Esquines, en el siglo siguiente, llega a calificar a Sócrates de
"sofista" (Timarco,
173), así como Luciano,
en el siglo II d. C. habla de Cristo como el “sofista crucificado” (Peregrino, 13).
BRISSON,
Luc. Los sofistas.
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